sábado, 23 de enero de 2010

Los haitianos, los mexicanos, los seres humanos


Han pasado once días desde el terrible terremoto en Haití y esta sigue siendo, por mucho, la noticia más imponente sobre todas las demás. La nota ya no es, por supuesto que haya temblado ni que se hayan derrumbado tantos edificios ni que se haya muerto tanta gente. Ya no lo es, tampoco, que los haitianos anden por las calles deambulando, sin comida, familia, destino ni esperanza.

Conforme se ha ido desvaneciendo la nube de polvo levantada por los derrumbes, lo que queda a la vista es lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Así son los desastres; sacan a la luz lo más grande y enaltecedor de las personas, y también lo más lamentable y miserable.

En cualquier catástrofe en que la alimentación se vuelve difícil o inaccesible se ven escenas inesperadas, como las de gente entrando a lo que queda de supermercados derruidos, poniendo en enorme riesgo sus vidas para sacar alimento y tratar, justamente, de salvarlas. Pero surgen también las escenas más desafortunadamente previsibles: al lado de quienes sacan unas pocas verduras, harina, arroz o agua, se mueven con sorprendente naturalidad quienes lo mismo sacan televisores de lujo que pantallas o aparatos de música. Se conforman hordas de delincuentes que saquean las casas semidestruidas, llevándose los pocos bienes que tenía la familia que ahí vivía y que exhiben retadoramente su botín por las calles, armados con palos por si alguien se atreve a cuestionarles algo.

El país más poderoso del mundo se dispone presto a la ayuda y envía tropas para controlar el vandalismo y para ordenar la entrega de ayuda, pero en cuanto llegan, voluntarios y representantes de organizaciones benéficas que llevan ya días ayudando heroicamente se preguntan, extrañados, por qué los norteamericanos, en lugar de propiciar la urgente coordinación de los esfuerzos, limitan la fluidez de la ayuda y frente al mundo entero protagonizan sin reserva alguna un despliegue de fuerza que parece más una intervención militar que una operación de asistencia. Y todo bajo el liderazgo del más reciente premio Nobel de la paz.

Lo último que se escucha y que hace la noticia de hoy traza lo ilimitado que puede resultar el mal: niños secuestrados de hospitales con fines de trata de personas. ¿Será lo peor que veremos, serán estas las más graves de las réplicas al terremoto, o la desgracia dará para más? Esta humanidad, tan capaz de tanto.

Al menos la capacidad para lo bueno llega hasta acá. Los mexicanos sabemos solidarizarnos con el que lo necesita. Al ver que las inmediaciones de la Cruz Roja se saturan y que eso se debe en parte a la gran cantidad de autos particulares o camiones cargados de bienes donados por personas que desean genuina y auténticamente llevar ayuda, uno no puede dejar de preguntarse por qué, si los mexicanos tenemos esa naturaleza noble y generosa que siempre se hace presente en ocasiones como ésta, no nos va mejor como país, como sociedad, como comunidad. Pero luego uno recuerda que algunos de los que están dispuestos a dar tan genuina y positivamente esa útil ayuda son los mismos que no dudan en acelerar su auto cuando una familia con niños cruza una calle para tratar de ganarles el paso; y que hacen trampa; y que destruyen lo que pueden; y que disfrutan de afectar al otro y arrebatarle lo que puedan, porque sienten que algo ganan con eso.

¿No podríamos ser así de sensibles hacia el otro como una vez más lo demostramos, sin que tenga que estar tan lejos, sin necesidad de que desaparezca su país de origen bajo los escombros? ¿Cómo operan esos mecanismos de la bondad y de la conciencia, que hacen que haya gente dispuesta a adoptar y hacer parte de su familia a un niño haitiano, pero difícilmente hace algo por niños mexicanos que viven en las condiciones más miserables a unas pocas horas de su casa?

Y ya que estamos en preguntas sobre la conciencia y los haitianos, y después de tantos escándalos fútiles y frívolos que hubo en esta semana, un cuestionamiento final. Se hizo mucho ruido porque un conductor dijo un par de tonteras por hacerse el payaso; ¿pero alguien ha oído algún escándalo por lo que dijo otro conductor de espectáculos en su programa de radio, cuando afirmó que los Estados Unidos deberían invadir Haití para instalar en su plaza central un Burger King y quitarle así el hambre a los haitianos?

Nos afecta tanto lo que nos afecta… Y nos afecta tan poco lo que no nos afecta…




Correo electrónico: rafael@gonzalez.com.mx

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