viernes, 13 de noviembre de 2009

El engaño



El engaño

El día de hoy se pondrán en subasta algunos artículos personales de Bernard Madoff, el hombre que ha cometido el fraude más grande en la historia, calculado en 50,000 millones de dólares. Además de la magnitud financiera y de la duración de la trampa (40 años), el caso llamó la atención porque el engaño alcanzó a grandes empresas, como BBVA, Banco Santander, HSBC, y las auditoras KPMG y Ernst & Young. También afectó a personajes famosos como Steven Spielberg, Pedro Almodóvar, Liliane Bettencourt –la mujer más rica del mundo–, y al parecer incluso a algunas familias mexicanas del norte del país, que por cuestiones de seguridad han preferido no confirmar públicamente si en efecto sufrieron tales pérdidas.



Los grandes engaños son reiterativos en la historia de la humanidad. Farsantes que han recorrido el mundo casándose con personas millonarias para después quedarse con su fortuna; alguno que cobraba por ver al falso fósil de un gigante y otros que han pagado a actores por asegurar que les curaron de padecimientos graves, para después estafar a enfermos de verdad. La foto más famosa del monstruo del Lago Ness ha resultado ser un fotomontaje. En 1985 dos hombres fueron sentenciados a prisión por pretender vender un falso diario de Hitler.


Quienes eran jóvenes en los sesentas recordarán al grupo The Monkees, que pretendía ser la respuesta norteamericana a los Beatles, hasta que se descubrió que sólo aparentaban tocar música y cantaban sobre grabaciones de otros intérpretes, lo que se repitió en los ochentas con Milli Vannilli. Hay quien sigue comentando la autopsia a un alienígena en la base militar de Rosswell como si fuera un hecho real, aunque el autor del video ha confesado el engaño.


Lo más interesante de todo esto es que para que haya un engaño tiene que haber un engañado; por cada mentiroso exitoso hay siempre alguien –a veces muchos– que se dejan engañar. El éxito de los que engañan no se basa en las historias que crean, sino en la tendencia que hay en tantas personas para aceptar sus historias como ciertas, sin importar incluso si hay evidencias de que pudiera tratarse de una falsedad (en el caso de Madoff hubo avisos ¡20 años! antes de que se descubriera su esquema de fraude).


Lo malo de vivir rodeados de tantas mentiras es que ya no se sabe a quién creerle. La credibilidad se ha convertido en un bien mucho más difícil de alcanzar que los cargos de quienes deberían basar su labor justamente en ella. Nadie cree en los policías, por ejemplo, ni en los políticos.


Y es que también ellos.


Por ejemplo, los políticos. Hay políticos indudablemente honrados y sinceros… pero hay muchos otros que no lo son, y hacen exactamente lo mismo que cualquier engañador profesional: se aprovechan de la necesidad, ingenuidad o buena fe de las personas que les creen, para hacer de las suyas. Algunos no pueden hacerlo porque llega algún aguafiestas a echarles a perder el intento, como sucedió en el caso de la imagen que se truqueó en Campeche para hacer aparecer al gobernador junto a los presidentes de México y Guatemala. Luego se despidió a un servidor público menor y finalmente al encargado de Comunicación Social, y se afirmó que el gobernador no sabía nada. ¿Será?


Luego está lo que sucede cuando dos o más políticos sostienen posturas radicalmente opuestas; entonces se da una situación en la que o ambos tienen razón –lo que en casos de posturas polarizadas se torna difícil– o uno de los dos está equivocado y con eso hace caer en error a los seguidores que le creen; o, en el peor de los casos, uno de ellos está mintiendo y por lo tanto engañando a sus simpatizantes. En México la pasada elección presidencial dejó a casi 15 millones de personas creyendo que otro tanto estaba equivocado: unos creían que los otros eran engañados por un candidato de la derecha que sólo quería proteger a una élite de villanos del poder, y esos otros a su vez creían que los primeros eran engañados por un candidato de la izquierda que, con una postura populista falsa, decía mentira tras mentira con tal de obtener votos.


El drama en realidad no es ése: la verdadera tragedia se presenta cuando pasan los años y ninguno de ellos gana credibilidad, sino que ambos la pierden a pasos agigantados, uno por no cumplir todas sus promesas de campaña y el otro por una gran variedad de factores, aderezados por imágenes que prueban que su propio hijo tiene un estilo de vida más que alejado de sus postulados discursivos.


Si hiciéramos algo así como un prototipo del político que esperamos para México, este tendría inevitablemente que pasar por una honestidad y transparencia a toda prueba: tendría que ser uno que no mienta, y que si alguna vez lo hace sienta al menos la pena que da la decencia, y haga lo necesario para corregir el engaño por su propia iniciativa.


En el caso de Madoff, la subasta de hoy será poco elegante. Se pondrá precio a su equipo de pesca, a sus relojes y hasta a parte de su ropa. Pero no quedará nadie a quien le dé pena. Pena, robar y que te cachen, dicen. Ya el que se subasten sus trapitos será lo de menos.


Correo electrónico: rafael@gonzalez.com.mx

1 comentario:

  1. Querido Amigo:

    Leo tu artículo que me parece tiene una conexión indirecta con el que escribiste hace unas semanas sobre el Caso Juanito.

    Encuentro al menos un eco en el asunto de cómo el hombre público o el político queda revestido por la expectativa transferida del elector, o del cliente.

    Y, al menos en la política, es justo en esa transacción emocional que inevitablemente el fraude ocurre.

    En parte porque me inclino por la sabiduría popular que señala --sin discrepar de la posibilidad de que existan políticos honestos-- que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.

    En parte pienso que hasta los políticos más bien intencionados --como creo que Calderón es-- están cruzados por una tremenda paradoja, pues no hay posibilidades de conquistar al electorado si no es con promesas de campaña que (ellos saben desde que las formulan), por su optimismo rampante, son mentiras flagrantes...

    Desde otro lado, pienso que el fraude --de los políticos o de gente como Madoff-- es más probable ahí donde uno continúa sin comprender que uno mismo es la fuente primaria del poder; donde uno abdica de su responsabilidad de construir su propio proyecto con trabajo y le cede a otro a quien atribuye un carácter omnipotente --líder o institución mágica--, ingenuamente, sus recursos, sean estos de la naturaleza que sean: económicos, intelectuales o afectivos...

    Lo que es en parte una reivindicación de la sociedad civil y su papel en la construcción de la nación que queremos.

    Por cierto que hoy, además de toparme con tu columna, me topé con la de Vargas Llosa. En ella él también hace una referencia a Madoff. Lo utiliza como contrapunto al personaje que constituye el centro de su columna "Un hombre justo" que está dedicada a Ernst Keller, quien al parecer fue un empresario que tiene características que coinciden con las que en tu ensayo señalas como deseables... de generosidad, de honestidad, de responsabilidad.

    Sería un esfuerzo interesante reseñar más casos como estos y contraponerlos...

    Abrazos,

    A.P.

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