martes, 15 de septiembre de 2009

Más malos que necesarios


La teoría política ha definido a los partidos políticos como “la vía institucional mediante la cual la ciudadanía puede acceder a las estructuras de poder establecidas en el orden jurídico…” y tal y tal. Los observadores de la política y de sus instituciones, en cambio, han sido más claros y al mismo tiempo más contundentes en su descripción: los partidos políticos son, en tres palabras, un mal necesario.

Son un mal porque su existencia inevitablemente genera algunos efectos no deseados por los usuarios finales –los ciudadanos–. En torno (y no se diga al interior) de los partidos surgen, como efectos secundarios, intereses ajenos a los que les dan origen, que son la democracia y sus componentes: la justicia, la libertad, la equidad. Surgen intereses que distorsionan la naturaleza original de la vida política y que en demasiadas ocasiones son ocultos, y para mantenerlos escondidos a la mirada pública los principios democráticos más nobles se convierten en su careta, renunciando a su valor profundo, a veces descaradamente y a veces intentando agregar siquiera una dosis mínima de pudor disfrazada de ética. Por eso el término “político” se ha convertido en un adjetivo descalificador, cuando no es que despectivo: “se antepusieron los criterios políticos”; “la explicación fue más bien política”; “están haciendo política”; “hay intereses políticos de por medio”.

Los mismos políticos se confiesan involuntaria e inconscientemente y frente a la nación entera exigen con indignación y firmeza no politizar determinado asunto, casi diciendo: “por una vez, que no se haga lo que nosotros solemos hacer”.

Todo esto y todo lo demás que los ciudadanos atestiguamos cada día se tolera porque se comprende esta consecuencia ineludible de la actividad de agrupaciones integradas por quienes son, a fin de cuentas, humanos; y que manejan asuntos frente a los que esa naturaleza, la humana, muestra sus rasgos más impulsivos y ambiciosos, como el dinero, la fama pública, la capacidad de influir para lograr imponer las propias visiones o los propios intereses. El poder, pues. Se acepta esperando que, finalmente, sean mayores los beneficios.


Son los llamados daños colaterales, que si se justifican es sólo por el beneficio que generarán, lo mismo al rescatar rehenes que al apagar un incendio. Nadie pone en duda, por ejemplo, el criterio médico que permite causar daños a una persona en su organismo, si con ello se le salva la vida.

¿Pero qué sucede cuando los beneficios no llegan? ¿Qué sucede si los daños dejan de ser menores al bien esperado? ¿Qué sucede cuando los partidos políticos siguen siendo un mal sin producir los resultados que los hacían, en primer lugar, necesarios? Porque lo son, pero sólo mientras la necesidad no sea superada por los males que ellos mismos maquilan.

Entre más conocemos a nuestros partidos menos necesarios parecen, porque lo bueno que puede haber en ellos se ve reducido, opacado, por todo lo negativo que le dan al país un día sí y el otro también.

¿Necesitamos al PRI? Por supuesto que lo necesitamos: bien o mal, el país que fuimos siendo conforme transcurría el siglo pasado lleva su rúbrica, gobierna a buena parte de los mexicanos –a veces incluso con eficacia– y tiene una estructura operativa que, bien utilizada, puede ser sumamente funcional. En su interior surgen políticos-políticos, que saben moverse en la urdimbre institucional con el que rueda el país y que pueden de pronto hacer coincidir todos los cabos sueltos y lograr que se realice un proyecto, una reforma estructural, o un programa de gobierno cuyo proceso de concreción parecía laberíntico. Lo que no necesitamos es esa identidad egoísta y mañosa que muchos de ellos parecen llevar en las venas. No necesitamos su adicción al poder, sus poses postrevolucionarias, sus aires de importancia propios de quien de verdad cree que forma parte de una categoría muy superior a la de la gente común, ni sus hábitos de establecer relaciones dudosas con quien se deje para después utilizarlas en su provecho. Definitivamente no necesitamos su idea de que los recursos públicos son dinero a su disposición, siempre que se salve el incómodo proceso de encontrarle el caminito.

Necesitamos al PAN, claro, lo necesitamos tanto como lo necesitaba México cuando nació. Necesitamos casi con urgencia su vocación humanista, sus antecedentes democráticos que lo fueron hasta el heroísmo, su claridad de principios y su identidad de contrapeso al poder autoritario. Necesitamos su fe en el involucramiento y compromiso ciudadano, su intención original de transformar el espíritu de México y de gobernar –desde el poder o desde enfrente– para los ciudadanos e incluso sin dejar de serlo mientras se ejerce un cargo público. Pero sin duda podemos prescindir de esa facilidad con que las debilidades personalísimas de sus miembros se exteriorizan y reflejan en la actividad pública, salpicando y contaminando al partido mismo, a las instituciones de gobierno y, principalmente, ni más ni menos que a los ciudadanos. Necesitamos la sencillez y autenticidad que se pueden encontrar en la mayoría de sus integrantes más azules, pero no necesitamos ni un poco de ese gusto por jugar vencidas con todo el compañero que vea las cosas un poco distinto, para ver quién es más auténticamente panista, como si en el duelo pudieran ganar las escrituras mismas del partido.

Necesitamos al PRD en la medida en que encarna la identificación auténtica con los postulados de izquierda, volcados a las causas que más justicia le hacen al pueblo y a los más desprotegidos de los mexicanos. Pero no necesitamos en nada esa creencia de que definirse como “de izquierda” es suficiente para merecer la gloria, la gratitud y el favor de los ciudadanos salvados del maligno en turno. De eso mismo podríamos prescindir: de esa absurda convicción de que los mexicanos deben ser salvados gratuitamente, siempre que sean ellos, los libertadores perredistas, los salvadores. Necesitamos su persistente recordatorio de los agravios históricos que han sufrido tantos y tantos mexicanos; pero no que se los quieran cobrar a título personal. Y claro que no necesitamos su conflicto de identidad que les hace dudar a ellos mismos si deben o no utilizar la credencial de elector de López Obrador como su propio documento de identificación, para ver si así los dejan pasar.

Necesitaríamos a otros partidos, claro, a cuantos hicieran nuestra democracia una más funcional; pero los demás que tenemos insisten en hacerse a sí mismos francamente prescindibles. Como el PT, que se ha convertido en algo parecido al colado que se ha metido a tantas fiestas, que ya hasta los de la casa lo saludan, y que no muestra pudor al ser representado por personajes tan disímbolos como protagónicos, que si no pueden ser comparados con chivos en cristalería ello se debe tan sólo a que –a diferencia de todo lo que estos representantes populares pueden estropear– el vidrio se rompe una sola vez. Al comentar la cantidad de acciones erradas que está cometiendo el PT –dar Iztapalapa a ser gobernada por Juanito, ser representado en el Honorable Congreso de la Unión por quienes van desde ser alérgicos a todo lo que pueda ser honorable, como alérgico es Fernández Noroña, hasta quienes creen que la patria entera les debiera rendir honor, como Muñoz Ledo– alguien decía que no importa, que finalmente será ese partido quien acabe pagando el precio. No, no, quien pagará el precio serán los Iztapalapenses; quienes estamos pagando desde ya el precio
somos todos los mexicanos que requerimos como nunca un congreso que esté a la altura de las expectativas más superiores.

O prescindibles como se hace a sí mismo el Partido Verde, que no encuentra interés alguno en molestarse en rechazar los señalamientos de ser un grupillo elitista que sirve más como negocio familiar y de amigos que como partido político, y que expone sus incongruencias más inexplicables en espectaculares y con letras gigantes, por si se requiriera de mayor evidencia.
Mientras tanto, como están ahora las cosas, los partidos hacen válida la expresión con la que se les describe, se mantienen como males necesarios… pero nos están saliendo mucho más malos que necesarios.

1 comentario:

  1. Amigo:

    Me da mucho gusto ver que has vuelto a las andadas y que actualizas el blog.

    Tu forma de reflexionar con sencillez y creatividad me parece muy buena.

    Felicidades y adelante!

    Arturo

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