martes, 15 de septiembre de 2009

En eso no quedamos


Alejandro Martí, como resultado de la terrible desgracia que vivió junto con su familia, se ha convertido en un incuestionable referente en el tema de la seguridad pública en México, y muy especialmente en cuanto se refiere al combate al secuestro. Se trata de un padre de familia que habla del delito, de la corrupción y de la ineficiencia policiaca desde la visión inobjetable de quien fue agraviado como el que más. No es ese carácter, sin embargo, el único elemento que da contundencia a sus palabras. Los juicios y las opiniones de Alejandro Martí se escuchan y dan en el punto exacto debido al dolor de donde nacen, pero también por la serenidad que heroicamente ha logrado mantener, por la claridad de sus visiones y por la sencillez de su forma de expresarse, que al no estar sometida a los adornos estrafalarios del lenguaje político, transmite lo que quiere decir sin mayores estorbos y logrando mucha mayor precisión de la que alcanzan quienes la buscan esmerándose inútilmente en discursos tan adornados como complicados.

Hace unos días, en una conversación con la conductora de un noticiero, él describía lo que se ha hecho en cuanto a la conformación de equipos antisecuestros en las procuradurías estatales y explicaba cómo, si bien se han realizado algunas acciones, estas son distintas a lo acordado y por lo tanto carecen de visión integral y coordinación estratégica, y en este punto se expresó diciendo: “en eso no quedamos”. Esta frase común me pareció la mejor forma de describir lo que sucede con el combate a la delincuencia y con las ineficiencias que encontramos en funcionarios de distintos órdenes de gobierno y de las más diversas instituciones públicas: ¡en eso no quedamos!

Eso podríamos decir cada vez que constatamos lo elemental y limitadas que son muchas acciones que pretenden ser de lucha contra el crimen. Hace unos meses, por ejemplo, una mujer fue asesinada a las afueras de la escuela de sus hijos. La reacción de las autoridades consistió en colocar en el lugar de los hechos, desde el día siguiente y por algunas semanas, a dos policías que al parecer no tenían más función que la de estar parados en el sitio en que se realizó la agresión. Estos elementos policiacos nunca hicieron otra cosa que aburrirse a más no poder, cambiar a ratos de esquina para combatir el ocio, platicar y estar. En realidad ellos no eran culpables de esa ineficiencia: aunque lo hubieran querido no había nada que hacer ahí, no había indicios, elementos que investigar, bueno, los policías ni siquiera formaban parte de la policía investigadora, sino de la preventiva. En ese lugar no había más que una banqueta en la que se había cometido un crimen. Eso, y dos policías. Por eso el jefe de Gobierno puede proponer estrategias nacionales de coordinación contra la delincuencia y lo que sea; cuando se constata cómo ni siquiera se puede lograr que los policías de a pie, los de contacto más directo con la ciudadanía, sean puestos a cuidar una puerta que sí sea necesario vigilar, se tiene todo el derecho a no creerle nada. Y si además se había comprometido a realizar una serie de acciones para mejorar la seguridad pública y seguimos viendo estas muestras de falta de aptitud, hay que decirlo así: en eso no quedamos.

Se está cumpliendo un año de la firma del Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad. Quiero resistir la tentación de sumergirme en la comparación de datos entre las acciones acordadas y las que se ostentan como realizadas, y de tratar de dilucidar si las que en efecto se lograron tienen o no un impacto en la seguridad de los ciudadanos. Prefiero analizar lo que ha sucedido de otra forma: es más, concedamos como cierto que se han incrementado los recursos, se ha mejorado la capacitación, se han integrado grupos policíacos de élite, se han sentado las bases para una mejor comunicación y coordinación interinstitucional, todo eso. Pero aun después de revisar a detalle todos los logros anunciados por las autoridades carecemos de elementos para suponer que cualquiera que vive en este país es hoy menos vulnerable frente a la posibilidad de sufrir un asalto, una extorsión telefónica, un secuestro express, o uno de los otros, de los más atroces, que hace 12 meses.

No importa “haber sentado las bases para” tal y tal; no sirve de nada que se haya “reforzado la estructura” de tal y tal, porque el compromiso, se nos dijo, fue que viviríamos más seguros. ¿Y sí?
A un año del acuerdo nadie tiene mucho que celebrar. Tampoco sería del todo justo afirmar que no se ha realizado nada, finalmente algo se ha hecho. Pero si se llenan informes, se suscriben documentos y se anuncian medidas que no nos ayudan a usted y a mí y a nuestras familias a vivir en menos peligro, nos corresponde decirlo así: en eso no quedamos.

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