martes, 23 de junio de 2009

... y esto es toooodos los días


Hace algunos años había un comercial de televisión en el que una abuelita le pedía al abuelito que le pasara un panqué: “Pásame un panqué de pasas”. “Aaaah, de pasas”. “Yo te pedí de pasas, este es de nuez”. “¿Cómo que no es?” Al final la pequeña nieta, presente durante todo el diálogo, veía a la cámara y nos decía con resignación: “…y esto es tooooodos los días”.

¿Hay mucha diferencia entre esa interacción y la que se da en estos momentos entre unos políticos por un lado, otros políticos por otro y nosotros los ciudadanos, como observadores? Creo que no. Muy lamentablemente, creo que no. En este penoso espectáculo que cotidianamente presenciamos, los abuelitos serían los políticos, aunque claro, menos pacientes y mucho menos pausados que los del anuncio, enfrascados en una discusión absurda pero mucho más grave que la confusión de los panqués.

En esta triste interpretación que observamos cada día, un político se lanza contra otros con fiereza y les dirige duros mensajes a través de una pantalla… sin contar con que nosotros también estaremos del otro lado de esta; nosotros, los demás, los ciudadanos, a quienes de pronto, sin previo aviso, el atacante en cuestión nos está dirigiendo una mirada entre agresiva y burlona ¡a nosotros, los potenciales votantes! mientras nos dice con una sonrisa sarcástica que en política el que se enoja, pierde. Yo veo eso, y ya me enojé. ¿Ya perdí? Sí, por supuesto, pero no por enojarme sino por tener a estos personajes a cargo de temas tan delicados y serios como los que vive mi país.

Setentaytantos años de historia se desvanecen en un giro casi imposible y de pronto en el Senado se da una escena inverosímil pero real hasta lo doloroso: los priístas gritan indignados, encendidos, ofendidos: “¡Eso es trampa! ¡Que no se meta Gobernación! ¡Que se respete la autonomía del legislativo!” Escuchaba la noticia y me costaba creerlo: ¿que quién gritó qué? La parodia representada por los parodiados. ¿Cuántas veces habrán escuchado estas mismas quejas ellos mismos cuando usaban y abusaban del poder; cuánto, cuantísimo las habrán ignorado?

La narración de estos reclamos de los poderosos venidos a menos –y ahora vueltos a más– casi sería divertida, casi se antojaría preguntar ¿qué se siente? (como le preguntó Diego Fernández de Ceballos el 2 de julio de 2000 al iracundo priísta que en cadena nacional hacía destrozos todo desorientado, quejándose de ser excluido, unos minutos después de quedarse huérfano de poder), si no fuera porque los acusados de estas gravedades eran los más altos legisladores panistas, sucesores de mexicanos que fueron demócratas indudables, protagonistas ellos mismos, en otros tiempos, de mil batallas por la justicia, por la autonomía de los poderes, por la dignidad de los órganos legislativos y contra el abuso y la injerencia autoritaria; pero que ahora, con los papeles invertidos, lo único que atinaban a hacer frente a las fuertes denuncias era intentar decretar un receso en la sesión parlamentaria. Y ni siquiera eso lograron.

Unos atacan, otros dicen que no van a contraatacar, y acto seguido lo hacen, pero concluyen diciendo que conste que no van a contestar. Los de un partido acusan de narcos a los de otro, mientras es detenido por eso mismo un precandidato de un tercero. Se supone que un gobernador va a ser procesado por andar en esas distracciones, y ya sus compañeros de partido acusan al gobierno de buscar con ello beneficios electorales… intentando desde ahora obtener con estas acusaciones beneficios –claro– electorales.

Y así, las piezas del absurdo político cotidiano se acumulan y se acumulan y se acumulan interminablemente: la hostilidad preelectoral viola la ley pero no importa, ya las multas están presupuestadas por los partidos como gastos de campaña. Resulta casi increíble escuchar al coordinador de los diputados del PRI defendiendo al presidente, ofendido porque el primer mandatario estadounidense lo comparó con Elliot Ness (y eso que seguramente el diputado no se ha enterado de que Ness fracasó en la encomienda de encontrar y detener al primer asesino serial en la historia de Estados Unidos; ahora que lea esto sí que se va a tirar al drama). Por su parte los perredistas confían en que sus desastres internos se van a olvidar con un poco de publicidad, que a lo mucho logrará que se emitan miles de votos a favor de la niñita cocinera.

Y todo esto es lo que vemos, lo que nos consta. Habría que sumarle los rumores que de pronto escuchamos, como eso de que el presidente de la República intervino en el reemplazo del director técnico de la selección; confío en que no fue así, seguramente no son más que rumores de mala voluntad. Me niego a creer que mi presidente se meta en esas cosas estando las cosas como están ¡ni que fuéramos un país tan bananero!

Y nosotros, testigos involuntarios del desastre, tenemos que contemplar cómo esto deja de parecer una comedia y cómo se inventa la tragedia de equivocaciones. Y mientras arman su relajo, resignados decimos como decía la nietecita en el anuncio: “…y esto es tooooodos los días”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario