martes, 23 de junio de 2009

Variaciones sobre el mismo tema


¿Hay otro tema? Bueno, aún si lo hubiera, escribir el día de hoy acerca de cualquier otro asunto estaría totalmente fuera de sintonía. El tema absoluto e ineludible es la influenza; pero sobre eso se ha opinado tanto, que el mejor intento que se puede hacer es el de analizar algunos de los aspectos paralelos, los que surgen a la luz a propósito de la noticia principal y que en lugar de enfocarse en el núcleo temático por sí mismo abordan más bien las implicaciones, los efectos secundarios, las relaciones insospechadas, en este caso, entre la epidemia de influenza H1N1 y la conducta humana.

En 1931, cuando se empezaron a emitir las caricaturas de Popeye, el consumo de espinacas se incrementó en 33%. Este dato, aparentemente insignificante, habla de la conducta humana, o más específicamente de la forma impredecible en que a veces responden las personas y las comunidades frente a los mensajes que reciben: nadie hubiera imaginado que al ver a ese personaje las masas iban a modificar sus hábitos de consumo con determinado vegetal, pero la gente es así, el ser humano es así, consistentemente inconsistente por naturaleza.

Sabiendo lo anterior, una autoridad que se esfuerza por controlar los daños de un fenómeno de gran magnitud y de temporalidad prolongada debe por un lado intentar manejar los efectos del suceso en sí mismo, y anticipar por otra parte los que se generarán por la reacción de las personas que responden a una lógica distinta, de supervivencia, y que en caso de salir de control puede ocasionar peores consecuencias que el fenómeno inicial por sí mismo. Algunas de estas reacciones ameritan un análisis por separado.

Obediencia y temor

Tal vez la primera señal perceptible, el primer impacto de la alteración de las costumbres y las conductas habituales fue ver a una gran mayoría de la población utilizando tapabocas, una escena que no se había visto en la historia de esta ciudad capital ni de ninguna otra de las que poco a poco se han ido sumando al miedo de contraer la enfermedad. No se requirió de un anuncio oficial, de una campaña de medios estratégica, compleja y complicada: la gente escuchó que había una epidemia y se cubrió la nariz y la boca, así de simple y así de de inmediato. Los cubrebocas se agotaron antes de que pasaran 2 días ente las primeras noticias, primero en las farmacias, luego en las tiendas de ferretería y pintura y finalmente en los depósitos de accesorios médicos y dentales. No recuerdo, ni creo que nadie lo haga, un caso parecido: millones de capitalinos implementando en sus actividades cotidianas una conducta semejante en menos de 48 horas.

Finalmente somos una especie que sigue teniendo motivadores primitivos, primarios, ancestrales, ocultos en nuestra información genética desde hace millones de años: nada nos mueve tanto como el temor. Con temor la gente hace todo tipo de cosas, algunas racionales y otras irracionales. El temor nos conduce a conductas adecuadas –lavarse las manos, usar cubrebocas– pero fácilmente se convierte en pánico y nos conduce a lo irracional, nos volcamos a los supermercados y compramos toda el agua, todas las comidas enlatadas y todo lo que suponemos provisiones de supervivencia. De lo racional a lo irracional no hay más que un paso.

El pánico del pánico

Pero si algo acrecienta la conducta errada y/o errática es la reacción inevitable frente a los que han caído en altos grados de temor. Si la falta de provisiones no era factible por la influenza, se hace viable por el temor de la gente, y entonces el resto empieza a considerar la posibilidad de apresurarse a comprar agua y todo lo que sirva en caso de un desabasto grave de alimentos. Lo que no hace la influenza lo puede hacer la gente que huye de la influenza. La histeria colectiva se define como el comportamiento irracional de un grupo o multitud producto de una excitación nerviosa generada a consecuencia de una situación anómala. ¿Qué es más peligroso: el nuevo virus o la posibilidad de que la gente reaccione mal frente a él?

El temor genera precaución, pero también produce violencia y ya se sabe que ésta a su vez genera más violencia. No se ha reconocido la gravedad que tiene el hecho de que en Guerrero en dos ocasiones vehículos con placas del Distrito Federal hayan sido apedreados y algunos de sus tripulantes lesionados. Tampoco creo que se haya dimensionado lo que podría haber sucedido si los conductores de estos autos se hubieran sentido en peligro y tal vez acorralados. Esta alarma sanitaria nos enseña que frente a las crisis se debe prever el pánico y también el pánico que este mismo genera.

Finalmente parece que se empiezan a estabilizar los números de personas contagiadas y de quienes han muerto por la enfermedad. Aun así, ya sea en este o en otros casos, seguiremos lidiando con los riesgos con los que convivimos como especie y seguiremos observando las formas en que reaccionamos frente a ellos, algunas impredecibles, otras anecdóticas y otras realmente peligrosas. Varias de ellas sorprendentes… sorprendentes como somos los seres humanos.



Correo electrónico: rafael@gonzalez.com.mx

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