martes, 23 de junio de 2009

Presidencialismo y expresidencialismo en México


El tema del presidencialismo mexicano ha sido analizado y comentado ampliamente; sus orígenes, sus causas, expresiones, daños y supuestos beneficios. Recuerdo –ahora me causa sorpresa, en ese entonces no– que en clase de Derecho Constitucional, en la universidad, había un capítulo dedicado a “los poderes extraconstitucionales del Presidente de los Estados Unidos Mexicanos”. Y estos poderes se iban enunciando uno a uno, sin escándalo, sin rubor alguno: designar y remover gobernadores, hacer que se aprueben, se modifiquen o se deroguen leyes, y así, hasta llegar a la parte en que se mencionaba la facultad paralegal de nombrar a su sucesor.

Esto ocurría en 1990, y aunque el ’88 apenas había sido antier, el país aún permitía ciertas conductas que si bien no se han erradicado del todo (algunas anuncian su discreto retorno), no son ya tan elegantes como lo eran antes. Querer meter mano en otros órdenes de gobierno antes era símbolo de poder, de altos vuelos, de omnipotencia; ahora se ve como el abuso que es, hasta mal se ve. Ahora quien incurre en esos excesos se arriesga cada vez más al desprestigio político. ¿Llegará el momento en que el abuso del poder genere desprestigio social?

Lo que no se ha explorado con tanto detalle es el fenómeno del expresidencialismo en México. Se ha comentado mucho, sí, pero lo que se menciona son más bien las anécdotas que se conocen relacionadas con cada expresidente en particular. El compendio da para una sobremesa larga y sabrosa: los que se han portado bien, los que para delicia de los reporteros de la sección de espectáculos políticos se han portado mal; las propiedades; los supuestos o reales o subvalorados depósitos en el extranjero; los amores y desamores; el que fue muy buen expresidente porque no volvió a hablar en su vida; el que resultó muy demócrata y conocedor… en el momento en que dejó la silla; las mil versiones acerca de lo que ha sucedido con cada uno de ellos, con sus familias, con sus casas.

O los intentos de influir en las decisiones del mandatario en funciones, desde el derroche de energía de Elías Calles –con lo que finalmente consiguió un boleto de avión a San Diego en años en que no estaba tan bonito y entretenido como ahora– hasta esa idea generalizada de que Salinas de Gortari tiene que ver con todo lo malo o sospechoso o extraño que sucede en la política mexicana. (Y si no tuvo que ver con algo… ¿qué estará tramando? La autodescripción que hizo Salinas de sí mismo como “el villano favorito”, más que expresión correspondiente a ese momento parece haber sido una acertadísima profecía.)

Y todo esto pasando por la insólita presencia de Echeverría en Los Pinos un par de días después del asesinato de Colosio, intentando forzadamente acomodar a un candidato suyo en la candidatura vacante. (Confieso que a veces veo el noticiero con una remota esperanza de que Salinas lo haya grabado a escondidas y haya decidido hacer pública esa conversación. ¡Eso sí que sería un videoescándalo! A su lado lo de Bejarano parecería un documental mal grabado y hasta aburrido.)

Pero está también ese rasgo tan característico del reportaje político a la mexicana, en que las declaraciones de un expresidente mueven a toda una multitud de representantes de los medios que tienen el encargo de cubrir el acontecimiento. Un expresidente viene del extranjero a una boda y la cobertura mediática de la ruta que siguió y el coche en que se transportó supera a la de las bodas de la farándula. Otro expresidente dice a candidatos de su partido una frase perfectamente acorde con el foro, y los medios le dedican más atención y escándalo a esa nota que a la exculpación de una banda delictiva cuya captura se anunció unos meses antes como un gran avance en la lucha contra la inseguridad.

De esta forma, lejos de existir una teoría del expresidencialismo mexicano existen muchas teorías acerca del de cada exmandatario en lo individual: así, se puede hablar con acuerdo más o menos generalizado del expresidencialismo foxista, del zedillista, del salinista, del delamadridista, del lopezportillista, y así.

Y con todo, no creo que resultara tan difícil definir algunos rasgos distintivos, algunos elementos que nos permitieran elaborar un conjunto de principios del expresidencialismo en este país. Por lo menos creo que podríamos coincidir en un primer borrador, que empezaría más o menos así:

Principio #1. Exmandatario que habla, escandaliza. (Y, como hemos visto en estos días, el que casi no habla… ¡también!)


Una breve nota a propósito de esto último. En honor a la verdad debemos decir que las comentadas declaraciones de De la Madrid no fueron tales. La llamada entrevista apenas y con aprietos cabe en la definición de ese término; en realidad Carmen Aristegui habló y De la Madrid asintió. Hablan más los detenidos cuando un agente les grita “¡nombre, edad, ocupación!”

Medí el tiempo en una de las partes más álgidas de “la entrevista”. Carmen Aristegui habló 90.5% del tiempo. De la Madrid: 9.5%

Los encabezados deberían haber sido así:

Aristegui: “La impunidad es necesaria para que la maquinaria siga funcionando en México”.

MMH: “Sí.”

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