lunes, 29 de junio de 2009

El efecto Juanito


Como no me gusta utilizar este espacio para repetir comentarios que se han expresado en todas partes, no me detendré a analizar mucho en qué grado se opone a la democracia lo que está sucediendo en Iztapalapa, de todo el país la unidad geográfica que más beneficios electorales aporta al partido que gana ahí –desde hace 9 años el PRD–. Ha sido casi unánime la opinión de que la churrigueresca propuesta que ha planteado López Obrador a los votantes es antidemocrática, contradictoria, incongruente y mañosa. Sí es ingeniosa, eso nadie lo cuestiona. No dudo que varios guionistas de programas de parodia política al escucharla hayan sentido franco coraje: “¿Cómo no se me ocurrió a mí para un sketch?”.

Pero cabe detenerse un poco más en el personaje cuya vida cambió en el momento mismo del anuncio de esa especie de rally electoral, en el que se gana si se va avanzando en cada una de las etapas y se superan todos los obstáculos: un hombre llamado Rafael Acosta e identificado por todos como Juanito, que se precia lo mismo de haber golpeado a policías con sus propios toletes, que de haber aparecido en una película, bailando con Lynn May.

Existe una teoría denominada “de las rebanadas delgadas”, desarrollada por el psicólogo de la Universidad de Washington John Gottman, según la cual al observar una pequeña muestra se pueden hacer observaciones generales con bastante precisión. Es algo parecido a lo que sucede con un pastel: al probar una rebanada, aunque sea una delgada, se puede conocer ya el sabor de todo el pastel. Si hacemos un análisis del caso de Juanito a partir de esta teoría, podemos comprender mejor la dinámica relacional y conductual que se da entre López Obrador y sus aún muchos seguidores.

Cada vez que el ex candidato presidencial incurre en algún exceso, o que tiene expresiones que salen de cualquier lógica, o que se conduce en contradicción con lo que ha anunciado como sus valores y creencias, se cree que va a perder seguidores y, por lo tanto, parte de su fuerza. Incluso se presentan hechos que parecen comprobarlo, como cuando no llegó casi nadie a una marcha de gran importancia convocada hace unos meses. Sin embargo, después de algún tiempo vienen nuevas elecciones, se hacen encuestas, y los seguidores siguen ahí, fieles por encima de toda expectativa lógica. ¿Por qué, a pesar de todo, siguen ahí? Tal vez la respuesta la encontramos en Juanito.

Para quienes lo vemos desde fuera Juanito fue claramente agraviado, tratado con desdén, si no es que desprecio. “El candidato que aquí… está conmigo”, dice López Obrador, señalándolo con el pulgar, evidenciando que no sabía siquiera cómo se llamaba. ”Que haga el compromiso… porque él no se la va a creer, que él lo va a ganar”. ¡Qué pena con Juanito! No sólo es maltratado públicamente, sino forzado a comprometerse frente a todos a seguir las instrucciones y hacer lo que tal vez sería su único acto como jefe delegacional de 2 millones de habitantes: renunciar.

Ah, pero Juanito toma el micrófono para aceptar esa vergüenza, aparentemente convencido, y no sólo eso, sino que aprovecha para ensalzar a su “presidente legítimo”. ¿Por qué acepta estas condiciones poco honrosas? ¿Por qué la reacción obediente de Juanito? Porque estas condiciones no vienen de cualquiera: vienen del héroe. Y más allá: en el pensamiento de quien tiene un héroe, seguir sus designios lo hace a uno mismo un poquito héroe también. Si todo sucede como ahí fue anunciado, Juanito será para los lópezobradoristas iztapalapenses un héroe de la democracia. Sería una especie de mártir, ¿y no tienen todos los mártires algo de héroes?

Cuando los designios vienen de quien es percibido como un salvador, no valen tanto por sí mismos, sino por aquel. Quien cree que ha hallado a un salvador no le pone adjetivos que no sean positivos, hay que comprenderlo así. Nadie que se esté ahogando diría por ejemplo: “¡por fin llega el salvavidas… pero está feo y su mirada es extraña!” En ese momento no es más que el salvavidas, y si acaso se le puede calificar, sin duda será de glorioso, de heroico, de maravilloso, y así será al menos mientras lo pone a uno a salvo.

Existe un sentido místico, se hace real la proverbial longevidad de la esperanza, tiene un sentido profundo seguir al líder alfa a pesar de todos los elementos que pongan en duda el sentido de hacerlo. Existe esa idea de que seguir al guía en lo que diga, sin importar si es algo razonable o francamente descabellado, finalmente servirá de algo. Porque Juanito sin duda cree que algo pasará, que tendrá una recompensa, si no tangible, al menos de satisfacción personal: un papel en la historia.
Poder observar de primera mano en la persona de Juanito lo que sucede en las motivaciones y justificaciones profundas de los seguidores del líder perredista/petista (¿ambos? ¿ni lo uno ni lo otro?) nos permite comprender mejor no sólo a la parte de la población que cree que tiene otro presidente, sino al país mismo, al México en el que vivimos el día de hoy, y entender cómo es que se mantiene en el pueblo el efecto Juanito. Juanito Pueblo. El pueblo con Juanito.

1 comentario:

  1. Amigo:

    Tu texto es sugerente y revelador. El caso de López Obrador da mucha tela de donde cortar. Quien como tú mira con curiosidad la cosa política tiene por fuerza que preguntarse en dónde radica la fuerza y la inercia que ejerce este personaje.

    Encuentro en los conceptos que usas --"rebanada" como condensación, y el caso de Iztapalapa como metáfora-- cómo invitación para reflexionar sobre el fenómeno que constituye la relación de estos líderes con sus seguidores. A mí me parece interesante reflexionar sobre el mecanismo en virtud del cual la gente les proyecta, les deposita o les transfiere; reflexionar sobre cómo sus gestos gestos carismáticos, funcionan como gancho atractor, como asiento de una ilusión.

    Creo que el espacio público contemporáneo nos da ejemplos a pasto que servirían para ampliar la reflexión sobre estos fenómenos de transferencia. Desde luego son proverbiales Chávez y Obama. Ligo los fenómenos de Fox y de Fernando Lugo en Paraguay.

    Marcial Maciel me parece otro caso que ejemplifica bien la paradoja que me parece sobre la que apuntas.

    ¿Cómo alguien en su sano juicio eleva y mantiene contra toda lógica a un perverso en el sitio del santo? ¿La ganancia de esta transacción es puramente ilusoria, de índole simbólica? ¿O hay algún beneficio tangible?

    En fin. Adelante con la reflexión, y me mantengo atento a tu columna.

    Felicidades!

    A.P.

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